Relatos de Madrugada

 Sentado en la biblioteca, recupero un momento de lucidez. En ese instante alzo los brazos y grito su nombre. Todo es en vano, ella yace muerta desde hace décadas. Mi corazón, hinchado por el momento en el que creí que ella aparecería ante estas puertas frías, se encoge por momentos.

Como ese despertar amargo con el sol bañándote el rostro, al saber que lo que creías real y cierto, no era más que una ilusión, un sueño, y entonces es cuando poco a poco vas muriendo. Vuelvo a sentarme, y junto al crepitar del fuego, veo tu rostro, veo esa sonrisa que durante años me hacía feliz. Me encuentro cansado, tomo otro trago de este asqueroso vino que es incapaz de saciar la sed de los abatidos. Noto que va llegando el Sueño de los Muertos, sentado aquí, en la biblioteca, donde pasabas horas y horas leyendo uno tras otro, estos incontables libros que pueblan estas paredes.

Soñabas, volabas y amabas. Y mientras tanto, yo veía cómo te consumías, te alejabas, te morías en mis brazos mientras lloraba como un niño. Ahora estás aquí, has venido a buscarme para sumirme en las tinieblas y oscuridad eternas.

Alzo los brazos hacia a ti, regocijándome en mi propia muerte porque eres tú, y no La Dama la que me ha venido a buscar. Dejo este mundo para estar contigo, dejo esta vida para vivir mi muerte en el sueño eterno, junto a ti.

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