RELATOS DE MADRUGADA

 Al principio no la reconocí. Pero una vez despejado toda duda, corrí hacia el edificio, el lugar donde hace unas semanas se había tirado un vecino de esta comunidad. Y con el corazón en un puño, subo las escaleras lo más rápido que puedo. La chica que había visto en la entrada era una vecina y amiga mía desde la infancia, siempre habíamos jugado aquí, éramos como hermanos. Y ahora, al verla entrar en este edificio después de lo sucedido aquí, sumado a sus problemas que ha tenido con su novio, me da miedo pensar en lo que puede hacer. Sin aliento, llego a la azotea, y la veo allí, al borde del precipicio con los brazos en cruz. La llamo por su nombre, con lentitud gira la cabeza mostrando una triste sonrisa. Me acerco poco a poco, pero ella me dice que es inútil. Que lo que hace no está en su voluntad, y que al caer, abandonará esta prisión de carne para reunirse con Él. Acto seguido, se tira al vacío, me quedo inmóvil ante tal escena y solo reacciono cuando oigo su cuerpo estrellarse contra el suelo.

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